martes, 17 de julio de 2012

[Relato] Frank, 4ª parte

Habían pasado unos días desde el accidente (porque había sido un accidente, ¿verdad?) en que la pobre Lucy había perdido la vida. No había habido demasiadas preguntas, y Frank respondió como pudo a ellas. A nadie le importaba demasiado la muerte de una pobre camarera; eso era así en la Tierra, y mucho más en Malifaux, donde la gente a veces, sencillamente, se moría.

La vida de Frank era ahora bastante más sencilla, y era casi feliz. Iba del trabajo a casa, y de casa al trabajo. Ya no quedaba con los amigos, ni iba al bar. Le recordaban demasiado a Lucy, y recordar a Lucy dolía. Había algo relacionado con ella, con su muerte, que no podía recordar, y cuando lo intentaba (o algo se la recordaba), dolía.

Así que evitaba hablar de ella, acordarse de ella, ir a los lugares que iba con ella. Y era feliz.

La pobre Candy estaba resultando ser de gran ayuda, y su única alegría en el mundo. Sus juegos cuando él llegaba a casa, donde ella fingía ser su pequeña mujercita y le preparaba la comida, le daba besos y cuidaba de él. Su cuento de antes de dormir, casi el único momento de paz que tenía Frank ahora mismo. A veces Frank se quedaba dormido en la silla, junto a la cama de Candy, después de contarle el cuento. Prefería estar allí con su pequeña Candy que en su dormitorio, con esa cama tan grande, tan vacía…

Además, el calor estaba llegando a Malifaux, y la habitación de la pequeña era más fresca. Aún así, seguía haciendo calor, y Candy se estaba acostumbrando a ir por la casa con un pequeño camisón que apenas le llegaba a las rodillas. Y ante las peticiones de Frank de se pusiera algo más, la niña se reía diciendo que estaban ellos dos solos, y que no tenía nada que ocultarle a su papaíto. Además, le decía ¡hacía calor!, mientras lo miraba haciéndole pucheritos. Y Frank no podía encontrar ningún motivo para oponerse, salvo la sensación de que algo de lo que estaba haciendo no era del todo correcto.

Los días fueron pasando, y Frank se sorprendía a veces pensando en su pequeña Candy de manera… diferente. Cómo le quedaría el vestido rosa que había visto en aquel escaparate, si le gustaría llevar joyas bonitas cuando fuera mayor, como se portaría él cuando llegaran los primeros pretendientes a casa (porque llegarían, de eso estaba seguro; su Candy iba a ser toda una belleza y una rompecorazones, eso estaba claro…), que le diría al primer hombre al que viera tocándola de manera deshonrosa… Acariciándole la mejilla, susurrándole cosas tiernas al oído… ¿Se atrevería a dejar que otro hombre tocara a su pequeña Candy, a su niña?

La niña también estaba actuando diferente. Sus jueguecitos “de mayores” cada vez parecían más serios, y Frank no podía evitar una sonrisa nerviosa cuando Candy le decía, toda seria ella, que él no necesitaba a ninguna otra mujer, que ya la tenía a ella. Frank no tenía ninguna intención de buscar el afecto de ninguna mujer; ni siquiera ese tipo de afecto por el que tenías que intercambiar algunas monedas. No porque tuviera a Candy (¡por Dios, era una niña! ¡Su hija, además!) si no porque el recuerdo de Lucy todavía… dolía. Aunque… algunas noches, cuando el calor apretaba, y el cuerpo de la menuda Candy estaba empapado en sudor, su pequeño camisón se le ajustaba al cuerpo, y ya dejaba entrever la belleza que un día tendría. Y Frank tenía que irse a dar una vuelta, a intentar refrescarse, ya que de repente hacía mucho más calor en la casa…

Este tipo de pensamientos preocupaban a Frank. No podía ser que estuviera pensando en su hija de esa manera, ¿no? Aunque debía reconocer que la niña tenía una mirada a veces que le provocaba… algo. Era una mirada que había asociado, durante toda su vida adulta, con besos indiscretos en un portal, con risas sofocadas y pequeños gemidos. Pero no podía ser, no con su niña pequeña…

Y entre el calor reinante y la preocupación, Frank empezó a dormir menos. Casi no pasaba por su dormitorio, y se limitaba a dormitar en las sillas de la cocina, o a pasear como un animal enjaulado por el salón hasta que tenía que volver a la mina.

Y precisamente en la mina tuvo el accidente. Cansado, falto de sueño, Frank trabajaba de manera semi-automática, y no escuchó los avisos de sus compañeros. La pared se vino abajo encima suyo, aunque tuvo suerte. El buen Doctor Stein lo revisó y lo mandó a casa, a descansar.

- Vete a casa y duerme, Frank. Lo necesitas…

Aún afectado, Frank no pudo responder, y se encaminó a su casa, donde se tumbó vestido tal y como iba en la cama, cayendo en un profundo sueño casi inmediatamente.

Pero no es que fuera un sueño tranquilo. Frank soñó con su dulce y pequeña Candy, aunque en el sueño ya no era tan pequeña. Seguía vestida con solo su pequeño camisón, pero ahora se le adivinaban las curvas de la juventud bajo él. Y Frank, que llevaba mucho tiempo solo, no pudo resistirse más a la mirada de Candy. Se tumbó a su lado, la desnudó, la amó, con pasión, con paciencia, con locura, para caer dormido justo después de llegar al clímax.

Las campanas de la Iglesia despertaron a Frank. Este, aún adormilado, estaba intentando recordar el sueño que había tenido con Candy la noche anterior. Era un sueño extraño, que le avergonzaba… pero no dejaba de ser un sueño, se decía. Y el cuerpo era el de su querida Lucy, quería creer. No podía ser que hubiera pensado así de su pequeña hija… Él no era así, él era un buen tipo…

Frank terminó de despertarse, y se estaba levantando cuando se dio cuenta de que aquella no era su habitación. Estaba en la habitación de Candy. ¿Por qué se había despertado en la habitación de Candy? Sí, en su sueño había ido a la habitación de la pequeña, pero… eso había sido un sueño, ¿no?

Asustado, Frank miró a su alrededor. Y lo que vio fue a la pobre Candy, sentada en un rincón, asustada, con la cara sucia de haber llorado… y desnuda. Siguió mirando, cada vez más asustado, y vio el camisón, su pequeño camisón, hecho jirones, tirado de cualquier manera a los pies de la cama.

- Candy, pequeña, ¿qué ha pasado? – la niña, al sentir su voz, se encogió asustada, e intentó negar con la cabeza. – Cariño, no pasa nada, no voy a hacerte daño… Sólo dime que ha pasado, por favor…

Sollozando, asustada, encogida en su rincón, la pequeña Candy intentó explicarle a su padre lo que había pasado…

- Papaíto entró anoche en mi cuarto… y… me quitó el… el camisón a la fuerza, y me diste besos, y me tocaste, y… y… - la niña arrancó a llorar, siendo incapaz de articular palabra.

Frank se levantó, e intentó acercarse a Candy, pero la niña se encogió ante su presencia, aterrada, intentando hacerse más pequeña, desaparecer.

- Candy, cariño, no quiero hacerte daño… - le decía Frank. Pero la niña estaba en estado de shock, y no podía hablar, se limitaba a repetir “caramelos, caramelos, tengo caramelos” como aquél día en que la conoció…

Frank, trastabillando, salió de la habitación de la niña. Se dio cuenta de que iba desnudo, y manchado de sangre. Tropezando con todo, consiguió llegar al cuarto de baño. Allí se miró al espejo, y casi no se reconocía. Ojos abiertos, de loco, la boca abierta en una mueca de asombro, restos de semen y sangre por su abdomen… No podía ser cierto, ¡¡no!! Él no podía haberle hecho eso a su niñita, ¿no? Él la quería, era su hija, su adorada hija… Y, de repente, recordó. Recordó el parto, con su hija muerta. Recordó a su querida, dulce Lucy. Y recordó lo que le hizo. La mató con sus propias manos. La mató a sangre fría. Y ahora había violado a su hija. ¿Qué clase de monstruo era? Sollozando, Frank apartó la mirada del espejo, aunque tenía la sensación de que algo dentro de él le devolvía la mirada.

“Has matado a tu mujer, Frankie… Eres un gran tipo, está claro. Un tipo duro, un minero hecho y derecho. Mataste a tu mujer por no ser capaz de darte un heredero, y ahora has violado a tu hija porque ¡ey! Eres un hombre y tienes unas necesidades… Además, que la niña iba provocando, todo el mundo lo sabe… Tantos besitos, tanto restregarse, yendo prácticamente desnuda… ¡Ella se lo ha buscado! Y seguro que lo ha disfrutado…”

¡¡CRASH!! De un puñetazo, Frank rompió el espejo, intentando callar esa voz que le decía cosas que no quería oír. ¡Él no era así! Era un buen hombre, que sólo quería lo mejor para su familia…

“Claro, Frank, claro… por eso estrangulaste a Lucy hasta que no pudo respirar, y por eso te has acostado con tu hija de 8 años. Porque eso es lo mejor para tu familia, claro…”


Su mirada, reflejada en multitud de pedazos en el espejo, era la de un loco. De un criminal. De un asesino. Y Frank, que quería creer que él no era así (¡que lo sabía!), decidió que sólo quedaba una salida: acabaría con su vida, acabaría con el monstruo que acechaba dentro de él. Con manos temblorosas, cogió un pedazo de cristal y, de un tajo, se cortó las venas. Acabaría con el monstruo antes de que le hiciera daño a alguien más…

Las rodillas flaquearon, la vista se nubló, y tuvo que dejarse caer. Se encontraba muy cansado… pero pronto todo habría terminado. Y, si hubiera tenido fuerzas, se hubiera sorprendido al oír la voz de Candy. Porque era la voz de su hija, pero no podía serlo… En aquella voz había algo más. Algo antiguo. Algo maligno. No era la voz de una niña de 8 años. Puede que ni siquiera fuera la voz de una niña.

- Ah, Frank, Frank, que triste final… Pero claro, es lo que te mereces, por lo que le hiciste a Lucy… Aunque, ya que estamos, déjame decirte una cosa: la ramera tenía razón. Yo la envenené. Quería que tu hija naciera muerta. Quería que sufrierais. No por nada personal… sencillamente, me caíste en gracia en aquel callejón y decidí jugar contigo un poco… Representar el papel de hija perfecta ha sido aburrido, por cierto. Pero ha tenido sus momentos. Los besitos, las provocaciones… Tengo que reconocerte que has aguantado más que otros. He ido con tipos que a los dos días ya querían “intimar” con su pequeña. Tú no. Tú has aguantado… hasta que me he aburrido, y he decidido acelerar el proceso. Tengo amigas que me esperan, no puedo quedarme contigo para siempre, compréndelo, “papaíto”. Ah, y por si te lo preguntas… No, anoche no me tocaste ni un pelo. Pero no hizo falta, la culpa (y la sugestión) son muy buenas aliadas… Ahora descansa, Frank, papi, sabiendo que mataste a tu mujer por tener razón. Que tu mujer y tu hija están muertas porque fuiste buena persona y te dio pena una niñita pequeña. En Malifaux, no puedes fiarte de las apariencias, Frank querido…

Y Frank murió, mientras con sus últimas fuerzas maldecía el día en que decidió ir a Malifaux…

3 comentarios:

  1. La verdad es que me da un poco de pena... Pobre Frank, él era un buen tipo... :(

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  2. alaaaaaaaaa, has matado a Frank? yo pensaba que iba a ser el único, a parte de Candy que sobreviviría... aunque la matanza es la matanza. Cortarse las venas? yo hubiera puesto rebanarse el pescuezo, la venas queda más finolis... no sé.

    Me ha gustado sí ^^

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  3. Más finolis!!jajaja....yo también pensaba que Candy desaparecería, lo que me dejó flipada es que el tío se carga a su mujer y el se queda tan pancho!, pierde al hijo pero no passsa nada la de los caramelos lo distrae jajaja..pocas luces le veo yo a este protagonista tuyo :))

    María José

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