La vida era maravillosa. Frank estaba encantado con su vida. Llegar a Malifaux estaba claro que había sido la mejor decisión de su vida. Su dulce esposa enseguida se había mostrado encantada con la niña, y los dos la querían como si fuera hija suya. La niña, así mismo, los quería con locura a ambos, aunque tenía preferencia por Frank. Se le sentaba en las piernas, se cogía de su cuello, le daba tiernos besitos… Frank amaba con locura a su pequeña Candy.
La niña, que ya había conseguido hablar en condiciones, estaba además muy ilusionada con su futuro hermanito. Siempre que podía se ponía a hablarle, apoyada en la barriga de Lucy, diciéndole en susurros tiernas palabras.
En definitiva, el hogar de los Miller era un hogar feliz, aún a pesar de vivir en Malifaux.
Hasta el día del parto.
Lucy y Candy habían estado haciendo caramelos, dulces, pasteles… A la niña le encantaba, y se mostraba más que dispuesta a ayudar a su madre en la cocina, ya que Lucy estaba a punto de dar a luz. Pero aquella misma noche empezaron los problemas. Lucy se estaba mareando; estaba pálida, sudorosa, y casi sin fuerzas. Frank, asustado, fue a buscar al doctor Stein, el médico de la Asociación de Mineros.
- Candy, cariño, cuida de tu madre. Vuelvo en un momento.
- ¿Mami se pondrá bien? – preguntó preocupada la niña.
- Por supuesto, querida. Es sólo que tu hermanito se ha adelantado. Ahora vengo, Candy.
Frank salió a la calle, donde la lluvia caía de tal manera que desdibujaba el contorno de las lámparas de gas. La casa del doctor no estaba lejos, pero con esa lluvia le costaría un poco más llegar.
Tuvo que sacar al buen doctor de la cama, y luchar contra los elementos, pero por fin Frank había conseguido volver a casa. Lucy gritaba con los dolores del parto, mientras el Dr Stein la atendía.
- ¿Qué le pasa a mami, papi? ¿Por qué grita tanto?
- Tu mami está teniendo a tu hermanito, cariño, y eso siempre es doloroso. Pero el Doctor la está cuidando, y pronto estaremos todos bien. – Frank abrazaba a la niña mientras hablaba. Se sentía reconfortado sólo por tenerla en brazos, por respirar su dulce perfume de niña pequeña. – Todo irá bien.
Las horas fueron pasando, lentamente, mientras los gritos de Lucy continuaban, hasta que llegó un punto en que Frank encontraba normales sus gritos y se asustaba con el silencio. En algún momento pensó en entrar a ver como se encontraba su esposa, para reconfortarla con su presencia, para darle ánimos, para estar ahí mientras su hijo nacía. Pero la pequeña Candy se había quedado dormida en sus brazos, y él no quería despertarla.
La puerta se abrió lentamente al amanecer. Hacía poco que los gritos habían cesado para no continuar, y Frank no sabía si eso era algo bueno o malo. Aún con la niña en brazos, se acercó al doctor, a ver que tenía que decirle.
- Frank, lo siento. He hecho todo lo que he podido, pero no he podido salvarla.
- ¿Lucy está…?- Frank no podía creérselo. ¿Su mujer había muerto? ¡¡No, era imposible!!
- No, Frank. Tu hija. Ha habido complicaciones en el parto, y ha nacido muerta. Lucy está bien, dentro de lo que cabe. La he sedado para que descanse, pero puedes pasar a verla si quieres.
Frank asintió, aún en estado de shock. ¿Su hija, muerta? Entró en el cuarto, que olía a sangre y a muerte. Su querida Lucy estaba en la cama, pálida y ojerosa por el esfuerzo realizado y por el dolor de la pérdida. Aún así, abrió los ojos cuando notó que su marido entraba en el cuarto.
- Frank…
- Chsstt, amor, no hables. Necesitas descansar. Todos necesitamos descansar.
Y allí, en silencio, marido y mujer lloraron su pérdida, lamentándose por lo injusto de la vida, que se había llevado la vida de su hija sin siquiera permitirle respirar una sola vez.
Candy se despertó por los sollozos, y preguntó por su hermanito. Frank, como pudo, le contestó…
- Tu hermana ha muerto, cariño. No ha podido sobrevivir. Nuestra hija ha muerto.
Con estas palabras, Frank volvió a sollozar, con el pecho dolorido por la inmensidad de la pérdida.
- Tranquilo, papi, tu hija soy yo y estoy aquí, muy viva. – contestó Candy, mientras se abrazaba a los dos. El tierno abrazo de su niña reconfortó mínimamente a Frank, que le devolvió el abrazo.
Y Candy, la dulce y tierna Candy, sonrió al sol de Malifaux que entraba por la ventana.
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